viernes, 13 de enero de 2012

Una ofrenda "sin mancha"

Una ofrenda "sin mancha"Cuando me miro a mí mismo, no logro ver cómo puedo ser salvo. Pero cuando miro a Jesús, no logro ver cómo puedo perderme”.
Esta frase, atribuida a Martín Lutero, resume claramente la grandeza del evangelio.
Comencemos por lo que somos. Pablo nos dice que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Significa que soy pecador e incapaz de agradar a Dios.
Separado de él, soy culpable; soy un ejemplo de total depravación; soy una fuente de corrupción. Apartado de Dios soy un desastre –que no está en el futuro, sino que ha sucedido. Entonces, ¿cómo haré para vivir en el cielo ante la presencia de un Dios santo, si estoy en bancarrota moral y espiritual?

El ideal de Dios para sus seguidores
El ideal que Dios ha fijado para su pueblo es alto, claro y específico. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¿Es esto lo que Dios realmente requiere de nosotros? Al escribir a los de Éfeso Pablo menciona el deseo de Cristo para la iglesia:“a fin de presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27). Ningún tipo de arrugas ni manchas. Este es el deseo de Dios.
¿Parece imposible? ¿Cómo puedo cumplir con estos requisitos para ser salvo y permanecer salvo? ¿Cómo puedo alcanzar este ideal? Humanamente hablando no hay forma de lograrlo. Sin embargo, sabemos que Dios es recto y justo; él no pondría un ideal imposible de alcanzar. Apocalipsis 7:9 nos ofrece este hermoso consuelo y nos alienta: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos”. Este cuadro del futuro es alentador ya que una multitud de personas que nadie puede contar está allí, vestida de blanco puro, sin mancha. Todos encontraron el camino.

Hay un camino
Jesús dijo, “Yo soy el camino” (Juan 14:6). Esto es sencillo, profundo y muy emocionante. Jesús es el camino. La justicia que viene de su gracia impartida gratuitamente nos provee el camino. Pero esta justicia está lejos de nuestra propia justicia, de nuestras propias buenas obras. Aunque seamos temperantes, rechacemos la vanidad y lo superfluo, participemos en los servicios de la iglesia, distribuyamos literatura espiritual o demos estudios bíblicos, nunca lo lograríamos –alejados de la justicia de Dios- porque la mejor justicia que nosotros podemos producir es tan solo “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6).
Cuando hacemos referencia a la gracia otorgada por Dios, no estamos hablando de gracia barata que no demanda ninguna obediencia de nuestra parte. En realidad, la gracia divina es la gracia más costosa que uno pueda imaginar, ya que le costó a Dios la vida de su Hijo. Esta es la razón por la cual Jesús es el camino; una verdad que todos deben comprender. Las personas que han hecho énfasis en comportamiento, desempeño, obediencia, ley, ideales y reglas, necesitan conocer esta verdad. Los que se identifican como cristianos pero que no tienen gozo o seguridad en su vida espiritual, necesitan conocer esta verdad. Las personas que confían en sus propios logros, necesitan conocer esta verdad. Los adventistas que se sienten culpables, cargados, condenados y agotados por vanos intentos, necesitan conocer esta verdad. Si tú piensas que nunca lo lograrás, necesitas saber y entender el significado de las palabras: “Yo soy el Camino!”.
Debido a que Jesús es el camino, yo puedo ser aceptado si él me está transformando en aceptable. Puedo ser perfecto si él me está perfeccionando. Puedo estar listo si él me está preparando. Puedo unirme con gozo a la afirmación de Martín Lucero, “Cuando me miro a mí mismo, no logro ver cómo puedo ser salvo. Pero cuando miro a Jesús, no logro ver cómo puedo perderme”.
El 21 de mayo de 1946, Louis Slotin y otros siete hombres estaban realizando un experimento peligroso en Los Alamos, Nueva México. Estaban trabajando con pedazos de plutonio, que produce una radioactividad mortal cuando se une una cantidad suficiente de la misma. Durante el experimento, las piezas fueron accidentalmente empujadas con el codo acercándolas demasiado; una gran carga de radioactividad llenó la habitación. Stolin se movilizó inmediatamente. Con sus manos desnudas, separó las partes radioactivas, pero al realizarlo se expuso a una dosis mortífera de radiación. Algunos días después falleció, aunque los otros siete sobrevivieron.
Jesús descendió a este peligroso y mortal laboratorio terrenal en donde vivimos. En la cruz se abalanzó sobre la fuerza explosiva y destructiva del pecado, cubriéndola con su propio cuerpo para que pudiéramos escapar y vivir. Su muerte salvó nuestras vidas.

Una ofrenda sin mancha
Recordemos los servicios del templo en el Antiguo Testamento. Una persona del pueblo de Dios culpable por un pecado, iba al santuario con una ofrenda para estar a cuentas con Dios. ¿Instruyó Dios que la persona fuera la ofrenda o que la llevara? ¿Requería Dios que el ofertante fuera “sin mancha” o que la ofrenda lo fuera? ¿La vida de quién era tomada para pagar el precio del quebrantamiento de la ley de Dios, la del pecador o la del cordero? ¿El pecador era justificado, limpiado y reconciliado con Dios sobre la base de ser el correcto tipo de ofrenda o de llevar la ofrenda adecuada?
Imaginemos que miramos el servicio del santuario. ¿Ves al sacerdote examinando el cordero para asegurarse de que es una ofrenda sin mancha? ¿Puedes ver al pecador arrepentido colocar sus manos sobre la cabeza de la ofrenda, confesar sus pecados, transfiriéndolos así al cordero completamente inocente y perfecto? ¿Te percatas de que es la vida del cordero la que es sacrificada y que es la sangre del mismo la que es llevada al santuario para hacer expiación y reconciliación por el pecador?
Acerca de la naturaleza de la ofrenda, recuerda Levítico 22:19-21: “para que sea aceptado, ofreceréis macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras. Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros.”
Una ofrenda sin mancha. En contraste con este punto de referencia, me miro a mí mismo. Soy defectuoso. No importa cuánto me esfuerce por tratar de ser “sin mancha”, nunca logro ser lo suficientemente bueno como para ser ofrenda. Pero debo mirar hacia otra dirección.

Cristo, el único sin mancha
Necesitamos mirar a Cristo. Él es nuestro ejemplo. Pero al hablar de salvación, necesitamos algo más que un ejemplo. Necesitamos un sacrificio, y Cristo –quien no tiene mancha– es nuestro sacrificio. Al morir por nuestros pecados, se transformó en nuestro substituto, nuestro Salvador. Por lo tanto, Lutero podía aseverar con total confianza: “pero cuando miro a Jesús, no logro ver cómo puedo perderme”.
¿Esto significa que mis “obras” no cuentan? ¿Quiere decir esto que mi crecimiento espiritual y de santificación no significan nada? ¿Mi obediencia tampoco? ¿Mi esfuerzo para lograr la salvación no hace ninguna diferencia para Dios?
Claro que sí, hace diferencia como “fruto” de mi salvación por fe en Jesucristo, la ofrenda que Dios proveyó. Pero no es la “raíz”. Lo que hago en obediencia amante para aquel que provee una ofrenda aceptable es la evidencia o fruto de mi experiencia de salvación.

Conclusión
Nosotros no somos la ofrenda ni podemos serla. Llevamos una ofrenda: el Cordero de Dios sin mancha. En una iglesia de Alemania hay una escultura de un cordero en el techo. Cuando estaban construyendo la iglesia, uno de los trabajadores cayó del techo al suelo. Sus compañeros bajaron tan rápido como les fue posible, imaginando que lo encontrarían muerto, pero estaba ileso. Un cordero estaba pastando junto a la construcción y el hombre había caído encima, aplastándolo completamente. Su gratitud fue tan grande que decidió esculpir un cordero de piedra como recordatorio del sacrificio del cordero que le salvó la vida.
Jesús, el Cordero de Dios, murió en la cruz para salvarte a ti y a mí. Podemos experimentar el gozo y la libertad de la salvación si vamos a Dios en el nombre de aquella ofrenda “sin mancha”, en el nombre de Jesús, en nombre de quien somos contados justos a través de la fe.

Autor: Gerry D. Karst (M.Div., Andrews University) es vicepresidente general de la Iglesia Cristiana Adventista y miembro del consejo administrativo de la universidad Andrews.

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