miércoles, 4 de enero de 2012

¿Se puede confiar en la Biblia?



¿Se puede confiar en la Biblia?No os fiéis de las tablas podridas”, escribió el dramaturgo inglés William Shakespeare. Y es lógico, pues antes de saltar al interior de un bote, por ejemplo, conviene asegurarse de que sus tablas no estén podridas.
Las palabras de Shakespeare reflejan bien el sentir de Salomón, el sabio rey del antiguo Israel, quien unos tres mil años atrás escribió: “El ingenuo cree todo lo que le dicen; el prudente se fija por dónde va” (Proverbios 14:15, NVI).
Solo un ingenuo iría por la vida aceptando ciegamente todo lo que oyera y basando sus decisiones y conducta en consejos irreflexivos y enseñanzas infundadas.
Depositar la confianza en el objeto equivocado —igual que pisar las tablas podridas de un bote— podría resultar catastrófico. Por ello, cabe la pregunta: “¿Habrá una guía que merezca nuestra confianza?”.
Millones de personas confían plenamente en un libro antiguo: la Santa Biblia. Lo consultan para guiarse en la vida y tomar decisiones y amoldan su conducta a sus enseñanzas. ¿Pisan estas personas tablas podridas, por así decirlo? La respuesta depende muchísimo de la contestación a otra pregunta: “¿Existen razones sólidas para fiarse de la Biblia?”.
El tema merece más que solo un interés pasajero, dada su importancia. De hecho, si la Biblia viene en realidad de parte de nuestro Creador, tanto a usted como a su familia les beneficiará averiguar lo que dice.
Veamos en primer lugar datos relevantes que hacen que sea, como mínimo, un libro sin igual.

Un libro sin igual
“La Biblia es el libro de mayor difusión de la historia.” (The World Book Encyclopedia.)
Hace más de quinientos cincuenta años, el inventor alemán Johannes Gutenberg inició la impresión con tipos móviles. El primer libro de importancia que salió de su prensa fue la Biblia. Desde entonces se han impreso miles de millones de libros sobre infinidad de temas, pero ninguno alcanza la talla de la Biblia.
  • Se calcula que se han impreso, total o parcialmente, casi cinco mil millones de biblias, lo que supone más de cinco veces la cifra del Libro rojo de Mao, la segunda obra de mayor difusión.
  • En tan solo un año reciente, la Biblia completa o en parte ha alcanzado una distribución de más de cincuenta millones de ejemplares. “La Biblia es el libro más vendido del año, todos los años”, informa la revista The New Yorker.
  • La Biblia ha sido traducida en su totalidad o en parte en más de dos mil cuatrocientos idiomas. Más del noventa por ciento de la humanidad dispone al menos de algún libro de la Biblia en su lengua.
  • Casi la mitad de los escritores bíblicos completaron sus escritos antes de que nacieran Confucio, el renombrado sabio chino, y Siddhārtha Gautama, el fundador del budismo.
  • La Biblia ha dejado una honda huella en las artes, como lo atestiguan algunas de las obras pictóricas, musicales y literarias más célebres.
  • La Biblia ha salido airosa de las prohibiciones oficiales, las quemas a manos de enemigos religiosos y los embates de la crítica. Ningún otro libro ha soportado mayor oposición a lo largo de la historia.
Estos datos son excepcionales, ¿verdad? Pero claro, por impresionantes que sean los datos y las estadísticas, no demuestran por sí mismos que la Biblia sea digna de confianza. A continuación examinaremos cinco razones que han convencido a millones de personas.

Razones para confiar en la Biblia
1. Exactitud histórica
Sería muy difícil fiarse de una obra que tuviera inexactitudes. Imagínese que un libro de historia moderna situara la segunda guerra mundial en el siglo XIX o que llamara rey al presidente de Estados Unidos. ¿No minaría esto su credibilidad?
Nadie jamás ha podido demostrar que la Biblia sea inexacta en materia histórica. Los personajes y los sucesos de los que habla son reales.

Personajes.
La crítica puso en duda la existencia de Poncio Pilato, el prefecto de Judea que entregó a Jesús para que lo colgaran (Mateo 27:1-26). Una prueba de que Pilato gobernó Judea es la inscripción grabada en un bloque de piedra descubierto en 1961 en la ciudad portuaria de Cesarea, a orillas del Mediterráneo.
Antes de 1993 no había prueba externa que sostuviera la historicidad de David, el valeroso y joven pastor que llegó a ser rey de Israel. Pero aquel año se desenterró en el norte de Israel una estela de basalto que databa del siglo IX antes de nuestra era y que, según los expertos, tenía grabadas las palabras “casa de David” y “rey de Israel”.
Sucesos.
Hasta hace poco, muchos eruditos dudaban de la exactitud del relato bíblico sobre la lucha que libró Edom contra Israel en tiempos de David (2 Samuel 8:13, 14). Argumentaban que Edom era un simple pueblo de pastores que en aquella época aún no tenía ni el poder ni la organización suficientes para suponer una amenaza contra Israel. Sin embargo, las últimas excavaciones indican que “Edom era una sociedad desarrollada siglos antes [de lo que se creía anteriormente], tal como describe la Biblia”, afirma un artículo de la revista Biblical Archaeology Review.
Títulos correctos.
Durante los dieciséis siglos que tardó en redactarse la Biblia, hubo muchos gobernantes en el mundo. Cada vez que la Biblia se refiere a un gobernante, le da el tratamiento correcto. Por ejemplo, a Herodes Antipas se le llama acertadamente “gobernante de distrito”, y a Galión, “procónsul” (Lucas 3:1; Hechos 18:12). Esdras 5:6 dice que Tatenai era el gobernador de la provincia persa de “más allá del Río”, el Éufrates, y una moneda acuñada en el siglo IV antes de nuestra era lleva una inscripción similar, que indica que el gobernador persa Mazaeus estaba al frente de la provincia de “más allá del Río”.
La exactitud en lo que parecen ser detalles sin importancia no debe tenerse en poco. El hecho de que los escritores bíblicos demostraran ser confiables aun en tales detalles sin duda refuerza nuestra confianza en todos sus escritos.

2. Franqueza de sus escritores
La honradez es la base de la confianza. El hombre honrado se gana la confianza de los demás; pero si miente una sola vez, la pierde.
Los escritores bíblicos fueron hombres honrados y sinceros. Su franqueza contribuye a que sus escritos posean el distintivo sabor de la verdad.
Debilidades.
Los escritores bíblicos admitieron sin reservas sus flaquezas. Moisés contó lo caro que le costó un error (Números 20:7-13). Asaf confesó que por un tiempo envidió la prosperidad de los impíos (Salmo 73:1-14). Jonás habló de su desobediencia y de la mala actitud que al principio adoptó cuando Dios fue misericordioso con los pecadores arrepentidos (Jonás 1:1-3; 3:10; 4:1-3). Mateo contó sin rodeos que había abandonado a Jesús la noche en que lo apresaron (Mateo 26:56).
Los escritores bíblicos, como Jonás, no escondieron sus flaquezas
Los redactores de las Escrituras Hebreas pusieron al descubierto las reiteradas quejas y la rebelión de su propio pueblo (2 Crónicas 36:15, 16). Ni siquiera los líderes nacionales se salvaron de sus denunciaciones (Ezequiel 34:1-10). Con igual franqueza, los apóstoles informaron en sus cartas de los problemas graves por los que pasaron varias congregaciones del siglo primero, así como varios cristianos, incluso algunos que ocupaban puestos de responsabilidad (1 Corintios 1:10-13; 2 Timoteo 2:16-18; 4:10).

La verdad desnuda.
Los escritores bíblicos no intentaron encubrir lo que algunas personas calificarían de verdad embarazosa. Por ejemplo, los cristianos primitivos reconocieron abiertamente que el mundo no los admiraba, sino que los tenía por necios e innobles (1 Corintios 1:26-29). De hecho, escribieron que a los apóstoles de Jesús se los consideraba “hombres iletrados y del vulgo” (Hechos 4:13).
Los evangelistas no adornaron la verdad para darle a Jesús una imagen más favorable. Con franqueza contaron que tuvo un nacimiento humilde en el seno de una familia de clase trabajadora, que no estudió en escuelas prestigiosas y que la mayoría de sus contemporáneos rechazaron su mensaje (Mateo 27:25; Lucas 2:4-7; Juan 7:15).
No cabe duda, la Biblia ofrece muchas pruebas de que es obra de hombres honrados. ¿No le inspira confianza tal honradez?

3. Coherencia interna
Supongamos que se pidiera a cuarenta hombres de diversos antecedentes que cada uno escribiera un fragmento de un libro. La mayoría no se conocen entre sí, y algunos ignoran lo que han escrito los demás. ¿Se esperaría que su obra fuera coherente?
LA Biblia encaja con esta descripción. Aunque fue redactada en circunstancias aún más insólitas, su coherencia interna es extraordinaria.

Circunstancias excepcionales.
La Biblia se escribió en el lapso de unos mil seiscientos años. Se empezó en 1513 antes de nuestra era y se concluyó alrededor del año 98 de nuestra era, de modo que hubo siglos de distancia entre muchos de sus aproximadamente cuarenta redactores. Estos tenían oficios muy variados: algunos eran pescadores, otros pastores, otros reyes, y hubo uno que era médico.

Mensaje coherente.
Los escritores de la Biblia siguieron un mismo hilo argumental: la vindicación del derecho de Dios a gobernar a la humanidad y el cumplimiento de su propósito mediante su Reino celestial, que regirá el mundo. El tema central arranca en Génesis y se desarrolla en libros sucesivos, hasta alcanzar su punto culminante en Revelación o Apocalipsis.

Concordancia en los detalles.
Los escritores bíblicos concordaron hasta en el más mínimo detalle, aunque en muchos casos tal concordancia no fue intencionada. Veamos un ejemplo. Juan el evangelista relata que cuando una multitud fue a donde estaba Jesús para escucharlo, este le preguntó específicamente a Felipe dónde podrían comprar pan para tanta gente (Juan 6:1-5). En un relato paralelo, Lucas sitúa este suceso en las cercanías de Betsaida, y Juan ya había mencionado al comienzo de su Evangelio que Felipe era de Betsaida (Lucas 9:10; Juan 1:44). Era lógico, pues, que Jesús se dirigiera al hombre que había vivido en aquellos alrededores. Como vemos, concuerdan los detalles, aunque es evidente que no hubo intencionalidad.#

Diferencias lógicas.
Es verdad que en algunos relatos existen ciertas diferencias, pero ¿no es lo que se esperaría? Imaginemos que un grupo de personas presenciara un asesinato. Si cada una mencionara los mismos detalles con las mismas palabras, ¿no sospecharíamos que hubo complicidad? Lo normal sería que su testimonio variara algo, en función de su perspectiva personal. Así fue en el caso de los redactores de la Biblia.
¿Era el manto de Jesús púrpura o escarlata?
Tomemos por ejemplo el manto que llevaba Jesús el día de su muerte. ¿Era de color púrpura, como indican Marcos y Juan, o escarlata, como dice Mateo? (Mateo 27:28; Marcos 15:17; Juan 19:2.) En realidad, ambas descripciones son correctas. El púrpura es un rojo intenso que tiende al violeta, así que, dependiendo del ángulo de visión del observador, el reflejo de la luz y el fondo podrían haber matado su intensidad y haberle dado diferentes tonalidades al manto.
La coherencia entre los escritores de la Biblia, incluida su concordancia no intencionada en los detalles, imprime un sello de autenticidad a sus relatos.


4. Exactitud científica
La ciencia ha avanzado muchísimo en las últimas décadas: viejas teorías han cedido el paso a otras más novedosas. Lo que en su día se admitió como verdad ahora tal vez se considere falso. Tanto es así que no dejan de revisarse los libros de ciencia.
La Biblia no es un tratado científico, pero cuando toca aspectos de este tipo se destaca no solo por lo que dice, sino también por lo que no dice.
Libre de conceptos contrarios a los principios científicos. En la antigüedad hubo conceptos erróneos muy difundidos, entre ellos que la Tierra era plana o que la sostenían ciertos objetos o sustancias tangibles. Antes, cuando la ciencia aún ignoraba cómo se propagaban las enfermedades o cómo prevenirlas, los médicos empleaban ciertas técnicas que eran ineficaces o, en el peor de los casos, mortales. Pero la Biblia no apoya ni siquiera una vez, en sus más de mil cien capítulos, ningún concepto ni ninguna técnica nociva que vayan en contra de los principios científicos.

Adelantándose a los conocimientos de la época, la Biblia acertadamente afirmó que la Tierra es circular y cuelga “sobre nada”

Declaraciones con rigor científico. Hace tres mil quinientos años, la Biblia declaró que la Tierra colgaba “sobre nada” (Job 26:7). En el siglo VIII antes de nuestra era, Isaías aludió claramente al “círculo [o esfera] de la tierra” (Isaías 40:22). Una Tierra esférica que flota en el vacío sin nada físico o visible que la sustente... ¿no parece un concepto increíblemente moderno?
La Ley de Moisés (escrita alrededor de 1500 antes de nuestra era y recogida en los cinco primeros libros de la Biblia) contenía acertados preceptos sobre la cuarentena, sobre qué hacer cuando se tocaba un cadáver y sobre cómo deshacerse de los excrementos (Levítico 13:1-5; Números 19:1-13; Deuteronomio 23:13, 14).
Gracias en parte a los poderosos telescopios que escrutan el firmamento, algunos cosmólogos han llegado a la conclusión de que el universo tuvo un nacimiento repentino. Claro, no todos los científicos aceptan lo que implica este punto de vista. Cierto profesor dijo: “Un universo que tenga principio parece exigir una primera causa, pues ¿quién podría imaginar semejante efecto sin una causa de suficiente magnitud?”. Mucho antes de que se inventaran los telescopios, el primer versículo de la Biblia ya afirmaba: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).
Aunque se trata de un libro antiguo y toca muchos temas, la Biblia no contiene inexactitudes científicas. ¿Verdad que merece, como mínimo, que la examinemos?^

5. Cumplimiento de profecías
Pensemos en un meteorólogo que lleva años pronosticando el tiempo con acierto. Si anunciara lluvia, ¿no sería prudente salir de casa con un paraguas?
En la Biblia abundan las predicciones, o profecías. Y como bien documenta la historia, siempre han resultado certeras.
Señas distintivas. Las profecías bíblicas suelen ser concretas y se cumplen hasta el más mínimo detalle. Normalmente tratan asuntos de gran relevancia y predicen justo lo contrario de lo que los contemporáneos del escritor esperarían.
La Biblia predijo con exactitud que un rey llamado Ciro conquistaría la poderosa Babilonia
Un caso destacado.
A la antigua Babilonia, construida estratégicamente a orillas del río Éufrates, se la ha llamado “el centro cultural, político y religioso del antiguo Oriente”. Pues bien, cerca del año 732 antes de la era común (a.e.c.), Isaías puso por escrito una profecía nefasta: que Babilonia caería. El profeta dio datos precisos, a saber, que el nombre del conquistador sería Ciro, que las aguas protectoras del Éufrates se secarían y que las puertas de la ciudad no estarían cerradas (Isaías 44:27–45:3). Unos doscientos años después, el 5 de octubre del 539, la profecía se cumplió con exactitud. El historiador griego Herodoto (siglo V a.e.c.) confirmó que la caída de Babilonia aconteció tal como se había pronosticado.

Una predicción audaz.
Isaías lanzó otra predicción aún más sorprendente sobre Babilonia: “Nunca será habitada” (Isaías 13:19, 20). Anunciar la desolación permanente de una ciudad próspera y estratégica como esta sin duda era una predicción audaz, pues lo lógico sería que se la reconstruyera si algún día llegaba a ser destruida. Aunque Babilonia no fue devastada inmediatamente después de su conquista, las palabras de Isaías acabaron realizándose. El lugar donde se alzaba Babilonia “es una zona desolada, calurosa, desértica y polvorienta”, informa la revista Smithsonian.
Resulta impresionante observar el alcance de la profecía de Isaías. Su predicción equivaldría a profetizar con exactitud y con doscientos años de antelación de qué manera una ciudad moderna —como Nueva York o Londres— sería arrasada, y luego declarar enfáticamente que nunca volvería a ser habitada. Por supuesto, lo que más impresiona es que las palabras de Isaías se cumplieron.


En este artículo hemos repasado algunas de las pruebas que han convencido a millones de personas de que la Biblia es digna de crédito y una guía segura para orientar su vida. ¿Por qué no aprende más de ella y así decide usted mismo si merece su confianza?

http://www.jovenes-cristianos.com/

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