sábado, 26 de abril de 2014

La Iglesia del Desierto

La Iglesia del DesiertoEl Espíritu empujó a Jesús al desierto. Y allí estaba esperándolo el diablo para tentarle." (Lucas 4:1)

El desierto es un lugar desnudo, árido, sin caminos, sin esquemas prefijados. Sólo invita al peregrino a atravesarlo, dejándose invadir por ese horizonte que siempre está delante. Penetrar en él es desprenderse de un mundo prefabricado, para aventurarse por lo inseguro, incluso lo peligroso.

Entrar, pues, al desierto, empujados por el Espíritu, es penetrar en un tiempo de búsqueda interior, sincera y valiente, de nuestro propio camino humano de creyentes.
 Es inútil pretender el camino o la respuesta ya elaborados, o las normas que nos digan qué tenemos que hacer y cómo decidir.

El desierto son las preguntas que han de ser respondidas desde el interior de nosotros mismos: ¿Cómo llegar a ser lo que quiero ser? ¿Qué busco? ¿Cuál es el objetivo de mi vida? ¿Qué significa para mí vivir como cristiano, y qué es en realidad vivir como cristiano?

El texto de Lucas, que narra esta experiencia de Jesús, nos insinúa que solamente en el desierto podemos encontrar el camino de Dios, que se ha de cruzar con el nuestro. No es de extrañar que allí Jesús tuviera que afrontar el más grande de sus interrogantes: ¿Qué quiere para mí mi Padre?

Caminar por el desierto es la pedagogía de Dios, que lejos de obligarnos a enderezar nuestros pasos por esa o aquella dirección, nos propone buscar cada uno nuestro propio camino, y dar una auténtica y personal respuesta.

Jesús tenía treinta y tantos años cuando el Espíritu lo llevó al desierto (el texto original indica que “lo empujó con violencia hacia el desierto”. Quizá el Maestro, en su fuero interno, se resistía a ir…), dejando atrás su familia, su pueblo, su vida de trabajador de la construcción, sus esquemas… para descubrir lo nuevo de una misión a la que era llamado.

Penetrar en el desierto significa, en efecto, desprendernos de todos los esquemas en los que nos hemos fijado y anclado. Es reconocer que eso pertenece ya a un tiempo viejo y caduco. El desierto apela a nuestra total desnudez y pobreza interior. No basta decir “Ya soy cristiano, ya tengo aprendidos los elementos básicos de la religión, conozco las normas y los preceptos. Pertenezco a la iglesia verdadera, ella me dice lo que está bien y lo que está mal, y a ella me debo”.
En la arena del desierto tendremos que dejar nuestras respuestas hechas (y quizá huecas), tantos lugares comunes, tantos tópicos, tantas muletillas, algunos ritos vacíos, o aquel modo rutinario y convencional de hacer las cosas.

Penetrar en el desierto significa desnudarnos para descubrir nuestra aridez interior, para obtener el coraje de mirarnos tal cual somos, sin las vestiduras que cubren nuestra vergüenza, nuestras llagas o nuestra suciedad.
Las nuestras, y las de nuestra iglesia, que ha de empezar a desnudarse también, si quiere seguir los pasos de Jesús. Dejar la casa, como hizo Abraham. Como el pueblo hebreo, que dejó las ollas de Egipto y el conformismo que significaba su esclavitud. Como el Maestro, que colocó el cartel “Se traspasa” en la carpintería, y se adentró en el desierto ignoto de su misión a favor de los arrinconados en los arrabales de la historia.

Penetrar en el desierto significa abandonar en su frontera tantas hipocresías;esa vida, y esa iglesia, aburguesadas y autosatisfechas. Olvidar tantos “esto es así porque así ha sido siempre”. Dejar a un lado esas trampas sutiles con las que pretendemos autoconvencernos de que todo va relativamente bien, y de que los cambios, de producirse, serán ya para la próxima generación, emulando así la catástrofe de la generación del Éxodo y quedándonos nosotros también, como ellos, a las puertas de una tierra (Iglesia) mejor.


Deberemos tener cuidado con entrar en el desierto al volante de nuestro todo terreno último modelo (bien blindado, tantas veces), sobre el que rebotará la palabra exigente de Dios.
La iglesia del desierto, en cambio, humilde y bien consciente de sus carencias, caminará sobre las dunas a pie, haciendo frente a las dificultades que el Tentador le ponga en el camino con las mismas armas de Jesús: con el pan del cielo (dependencia absoluta del Espíritu), con el Padre como único objeto de adoración (abandono de intereses espurios), y sin tentar a Dios (rechazo de toda connivencia con los poderes de cualquier tipo), apoyándose en el Señor de la iglesia, que la ha de guiar por el camino de la libertad, cuyo primer paso es mirarse y reconocerse tal cual es.

Entonces, completadas las tentaciones, el demonio se marchará hasta otra ocasión… (Lucas 4:13)

Autor: Juan Ramón Junqueras

viernes, 18 de abril de 2014

¿Tu voluntad o su voluntad?

¿Tu voluntad o su voluntad?“Dios mío, cumplir tu voluntad es mi más grande alegría; ¡tus enseñanzas las llevo muy dentro de mí!” Salmos 40:8
Hay momentos en nuestra vida en donde necesitamos hacer un alto, en donde es primordial reflexionar sobre lo que estamos haciendo para estar cien por cien seguros que eso es de Dios.
Muchas veces nos dejamos llevar por nuestras emociones, creyendo que lo que sentimos emocionalmente es lo que el Espíritu Santo nos está guiando a hacer, cuando en muchas ocasiones estamos anteponiendo nuestras emociones a la verdadera voluntad de Dios.
Es bueno hacer un alto en la vida y preguntarle al Señor: “Dios mío, ¿Te agrada lo que estoy haciendo o lo que voy a hacer?”. Y es que no podemos ir por la vida haciendo lo que nosotros creemos correcto, antes de lo que Dios quiere en realidad que hagamos.
Y es que aunque muchas veces parezca que lo que Dios te está mandando a hacer es ilógico, tienes que hacerlo, porque en medio de lo que para ti es ilógico, Dios te mostrara que en sus planes era lo más lógico hacer.
A veces somos conscientes que lo que estamos haciendo es incorrecto, pero por alguna extraña razón no hacemos nada por cambiar eso que muy bien sabemos que tenemos que cambiar.
Y es que pareciera que somos unos especialistas para hacer lo contrario a lo que Dios quiere que hagamos. Y al reflexionar sobre esto a mi mente viene la figura de un Jonás, aquel hombre que Dios designo para llevar un mensaje a una ciudad muy difícil como lo era Nínive, pero este hombre no se atrevió a hacer lo que Dios quería que hiciera, a lo mejor temía por su vida porque la gente de Nínive era muy mala, por lo tanto decidió ir al lado contrario, partiendo hacia Tarsis.
No permitas que en el barco que vas hacia el otro lado de la voluntad de Dios sufra una tormenta tan fuerte que para calmarla te tendrán que tirar a la mar, porque luego vendrá un gran pez que te tragara y que tu estancia dentro de él será desagradable, para que por ultimo te vomite y vayas en pos de la voluntad de Dios, que muy bien pudiste hacer desde un principio sin la necesidad de haber pasado por todos esos episodios difíciles en tu vida. (Leer Jonás Cap.1 al 3)
Hoy es un buen día en donde podemos reflexionar acerca de lo que estamos haciendo, preguntarle al Señor si El esta agradado de lo que estamos haciendo o de lo que pensamos hacer y si realmente sabemos que a Él no le agrada, ¿Qué esperas para comenzarlo a agradar?
No hay nada mejor que estar en paz con Dios, no hay nada mejor que tratar de agradarlo, aunque nos cueste mucho, aunque nuestra naturaleza humana quisiera lo contrario, mas sin embargo el hecho de agradar a Dios nos traerá resultados hermosos y bendiciones especiales.

¡Examina bien tu vida y vive cada día con el único objetivo de agradar al Señor!
Autor: Enrique Monterroza

viernes, 4 de abril de 2014

¿Puede un Cristiano Enfadarse?

El Cristiano está llamado a evitar toda clase de enojo (Efesios 4:31), pero si nos enojamos, debemos de evitar el pecar con nuestra actuación y debemos de no dar lugar al diablo sobre todas las cosas.
Con amor en Cristo os invitamos a que reflexionéis este mensaje.
"Y que no se ponga el sol sobre nuestro enojo" (Efesios 4: 26-27).
  • "Airaos pero no pequéis": Significa estar en todo tiempo consciente de nosotros mismos y de nuestro llamado a una vida santa y espiritual, no haciendo nada indebido lo cual pueda poner nuestra relación espiritual en peligro.
  • "No se ponga el sol sobre nuestro enojo": La Biblia nos habla acerca de ser como un niño para poder entrar al reino de los cielos. Debemos perdonar nuestras ofensas los unos a los otros. El enojo es contrario a la paz. Y a paz nos llamo el Señor con todos los hombres. "Si es posible en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres." Romanos 12:18.
  • "Ni deis lugar al diablo": El no dar lugar al diablo significa el no permitir que nuestro enojo sea tan grande que demos lugar al diablo en nuestra vida y "que nos use" para hacer daño a nosotros mismos o aquellos que nos rodean. Buscad la Paz con todos: El enojo descontrolado es un comportamiento contrario a la Palabra de Dios y su requisito de que vivamos en paz, armonía, el amor, el sometimiento y dominio propio.

Versos bíblicos que nos hablan del enojo:
  • Proverbios 11:23 "El deseo de los justos es solamente el bien; Mas la esperanza de los impíos es el enojo."
  • Proverbios 14:17 "El que fácilmente se enoja hará locuras; Y el hombre perverso será aborrecido."
  • Proverbios 22:24 "No te entremetas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos, No sea que aprendas sus maneras, Y tomes lazo para tu alma."
  • Eclesiastés 7:9  "No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.
  • Salmos 103:8 "Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados."

Aunque haya momentos cuando pensemos que tenemos razón para estar enojados y quizás hasta sintamos algun tipo de 'ira santa' como dicen muchos por el celo de Dios que hay en nosotros, lo cierto es que la Biblia nos ordena a que quitemos el enojo de nuestra vida (Efesios 4).
En la historia de Jonás se nos dice que el se enojó con Dios porque Nínive fue perdonado, pero Dios le demostró que no debía estar enojado y que debía tener misericordia por las almas perdidas de aquella ciudad entre las cuales se encontraban lo que consideramos era una multitud de niños que “no sabían discernir entre su mano derecha y su izquierda”. Nuestro sentir debe ser el mismo.
El enojo demuestra que hay falta de misericordia y comprensión hacia nuestro prójimo (nuestro semejante) y aun indica la existencia de orgullo, soberbia y falta de agradecimiento hacia Dios en aquel (o aquella) que se enoja.
El enojo es falta de compasión y piedad y adicionalmente a esto, muestra falta de madurez tanto emocional como espiritual en la persona. Debemos de crecer en el Señor y tomar ejemplo de nuestro Padre celestial. Tal como es Dios es así también debemos ser nosotros, “lentos para la ira y grande en misericordia”.
Con amor en Cristo os invitamos a que reflexionéis este mensaje.