Desde
los tiempos más remotos, los fieles de Israel habían prestado
mucha atención a la educación de la juventud. El Señor había indicado que, desde la más tierna infancia, debía enseñarse a los niños su bonda y grandeza, especialmente en la forma en que se revelaban en la ley divina y en la historia de Israel. Los cantos, las oraciones y las lecciones de las Escrituras debían adaptarse a los intelectos en desarrollo. Los padres debían enseñar a sus hijos que la ley de Dios es una expresión de su carácter, y que al recibir los principios de la ley en el corazón, la imagen de Dios se grababa en la mente y el alma. Gran parte de la enseñanza era oral; pero los jóvenes aprendían también a leer los escritos hebreos; y podían estudiar los pergaminos del Antiguo Testamento.
(El deseado de Todas las gentes, pág. 49)
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