sábado, 30 de noviembre de 2013

¿Qué Deuda?

El evangelio nos enseña dos cosas: La enormidad del pecado y la abundancia del perdón de Dios.
La carta traía tan malas noticias que sentí como un puñetazo en el estómago. Contenía una demanda de un abogado conminándome a que yo cancelara mi deuda porque mis pagos estaban atrasados dos meses. Si no cancelaba mi deuda dentro de dos semanas mi crédito y todas mis tarjetas de crédito estarían en peligro. Para mí, esto equivalía a un desastre nacional. Además, había una multa de 10 por ciento por cada mes de atraso. Peor aún, existía la posibilidad de tener que comparecer ante los tribunales. ¡Me encontraba en un serio problema!
Revisé mis archivos. ¡Qué alivio sentí cuando me di cuenta que había pagado mis cuotas a tiempo! Súbitamente, mi temor se tornó en enojo. Tuve que llamar a la oficina del abogado cuatro veces antes de lograr la comunicación. Le informé a la dama del otro lado de la línea que yo no debía nada. Ella se disculpó. Aparentemente la corporación de televisión había perdido sus registros y había enviado cartas de demanda a todos sus clientes. La burocracia tiene sus maneras de actuar; con el tiempo me enviaron una nota de disculpa.
Sin embargo, por primera vez en la vida, comprendí lo que es estar endeudado y ser llamado a cuenta.
Cierta vez, Jesús relató una historia acerca de la deuda (Mateo 18:21-35). Un rey mandó a llamar a uno de sus siervos para que pagara su deuda, una deuda tan grande que no había posibilidad de que la pagara en toda su vida. Era de 10.000 talentos, más de diez veces el impuesto anual de ingresos del gobierno de las cuatro provincias de Palestina en ese tiempo. ¡Qué triste encontrarse en una situación tal! El hombre se postró a los pies del rey suplicándole por clemencia y que le concediera una oportunidad más. El rey se compadeció de su siervo y canceló la deuda.
Pero, como una ironía, este siervo no comprendió muy bien la enormidad de la deuda perdonada. El pensó que todo lo que necesitaba era tiempo para pagar la deuda, lo cual no hubiera podido hacer ni en cien años. En realidad no entendía el significado del perdón.
Este mismo siervo tenía un deudor que le debía una pequeña suma que representaba una fracción de lo que él le debía al rey. Pero al salir de la corte real con sus deudas perdonadas, fue y le demandó a su deudor que le pagara inmediatamente lo que le debía. Tomó al siervo y lo sacudía, como queriendo ahorcarlo. Como no recibió el pago, hizo echar en la cárcel al desafortunado deudor.
El perdón tiene su dinámica, un elemento de gratitud y de transferencia. Lo que Jesús estaba tratando de enseñar por medio de esta historia es que no es suficiente recibir el perdón: es esencial ofrecer el perdón. El despiadado siervo falló en experimentar esta dinámica y por lo tanto no podía sentir el gozo del perdón.
El evangelio nos muestra dos cosas: La enormidad de nuestra deuda y la grandeza de la gracia y misericordia de Dios en libertarnos. Todos nosotros somos pecadores bajo sentencia de muerte (Romanos 6:23) y no hay nada que podamos hacer por nosotros mismos. Pero allí está la cruz. El sacrificio de Jesús es un recordativo perpetuo que nos muestra hasta dónde Dios estuvo dispuesto a llegar para perdonar nuestros pecados y cancelar nuestra enorme deuda. En su infinita misericordia y amor, Dios perdona completamente y nos da esperanza.
Si yo reconozco todo lo que Dios me ha perdonado, no llevaré la cuenta del número de veces que debo perdonar a mi hermano (Mateo 18:22). Pedro pensó que el hecho de perdonar siete veces a una persona era ser suficientemente generoso. Después de todo, los fariseos habían enseñado el principio de “perdonar tres veces y castigar la cuarta”. El evangelio de Jesús nos enseña que en él hay gracia en abundancia. En Jesús el perdón no tiene límite numérico.
Sin embargo, a menudo somos como ese mal siervo. No tenemos ningún concepto de la enormidad de la deuda que nos ha sido cancelada y de la generosidad de Aquel que tuvo que cargar la cruz. Por lo tanto nos es difícil perdonar a nuestros semejantes sus pequeñas deudas. ¡Cuán a menudo cobramos todas las ofensas del pasado y del presente, y negamos el perdón, no comprendiendo que nosotros hemos sido perdonados!
Solamente una visión de Jesús en la cruz y la constante presencia del Espíritu Santo nos pueden ayudar a comprender lo que Dios ha hecho por nosotros; solamente entonces, libremente y con alegría, perdonaremos a otros.

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