Para muchos, el sumun bonun (máximo bien) es relativamente fácil de definir: “Salud, dinero y amor”.
“Libertad” y “seguridad” son algunos de los otros candidatos. El éxito se mide a menudo según índices visibles de prosperidad: propiedades y objetos que llegan a ser símbolos de la buena vida. El hombre llega a ser, según el sabio presocrático Protágoras, “la medida de todas las cosas”.
Sin embargo, todos conocemos a personas que tienen todo esto y se sienten vacías y sin un propósito en la vida.
Artistas que usan drogas y cometen crímenes, deportistas que agreden y asesinan a otros, jóvenes que niegan los principios religiosos y cambian una noche de efímero placer por la carga de una maternidad indeseada o la tragedia de un aborto.
¿Qué es la buena vida? La vida abundante tiene que ser más que todo esto. El Señor Jesucristo dijo: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10). ¿Qué quiso decir?
La abundancia física
Se considera que tenemos una vida física abundante cuando gozamos de un cuerpo lleno de vigor y en perfecta salud. Los buenos deseos de Dios indudablemente incluyen la salud del cuerpo como un requisito fundamental para tener una vida abundante. En otro lugar, el Señor expresó en su Palabra: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2). Aquí se introduce el concepto de la prosperidad, por lo tanto se trata de algo más que ausencia de enfermedades. Se refiere a estar bien, a vivir en prosperidad física, mental y espiritual.
Nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo” (1 Cor. 6:19); por lo tanto, no debe ser contaminado por hábitos que lo enferman. Tenemos el deber de hacer todo lo que podamos para mantener nuestro cuerpo en la mejor condición; lo que implica que debiéramos esforzarnos por aprender acerca de las leyes de la salud y la manera en que el cuerpo funciona.
Desde hace varias décadas, la Iglesia Adventista ha expresado su mensaje de la salud mediante los ocho recursos naturales. He aquí la lista con aplicaciones sugerentes:
- El sol – Exponerse al sol un mínimo de 20 minutos al día.
- El aire puro – Respirar al aire libre al menos 20 minutos al día. Respirar profundamente.
- El ejercicio – Hacer ejercicio aeróbico por lo menos 30 minutos tres veces a la semana.
- El agua – Beber un mínimo de 6 vasos de agua todos los días.
- El reposo – Dormir un mínimo de 6 horas cada noche, y un promedio de 8.
- La temperancia – Abstenerse de sustancias dañinas, incluyendo el tabaco, las drogas, el alcohol.
- La buena alimentación – Comer una dieta balanceada, con alimentos de los tres grupos principales, frutas, proteínas y carbohidratos. Evitar el exceso de grasa y de azúcar.
- La confianza en Dios – Dedicar tiempo significativo todos los días a la comunión con Dios.
La abundancia espiritual
Disfrutar de la buena salud del cuerpo es indudablemente importante y deseable, pero la restauración física no es el cumplimiento completo del deseo de Dios de darnos una vida abundante. La Biblia también nos ofrece otro principio de importancia vital respecto de la salud. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Aunque se enfatiza la salud mental, la relación entre ésta y el bienestar físico hoy sabemos que es obvia.
El ser humano tiene vida intelectual. Es el único ser vivo trascendente: el único capaz de contemplar el significado de su propia existencia. Para cultivar el intelecto abrazamos programas de estudio, leemos y meditamos. Esto nos permite aprovechar el cúmulo de información recogida y sintetizada por las generaciones anteriores.
La vida espiritual es otro componente vital de nuestra existencia. Los seres humanos somos incurablemente espirituales. Toda cultura expresa en sus ritos la necesidad de relacionarnos con un Ser superior. Bien dijo el profeta: “No sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová” (Deuteronomio 8:3).
Dios nos creó para que nos relacionáramos con él como sus criaturas. Él es nuestro Creador y Redentor. Él desea nuestra salud total. Salud del cuerpo, de la mente y del espíritu. Su don para el creyente es la vida eterna que se contrasta con la muerte eterna del perdido. Esa es la vida que él vino a restaurar en el ser humano por virtud de la fe. La vida del creyente, en todos sus aspectos, está “escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Conectados con él por la fe, podemos vivir una vida abundante aquí, y algún día vivir eternamente con él.
Autor: Miguel A. Valdivia
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