sábado, 31 de mayo de 2014

Tengo un Sueño, Pero…

Tengo un Sueño, Pero…“El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo” Antoine de Saint-Exupery
En estas últimas semanas he tenido la oportunidad de enseñar acerca del tema de “Elévate… haciendo nuestros sueños realidad” y es increíble que todas las personas tienen sueños, pocas las que creen en sus sueños y muy pocas las que van tras sus sueños.
¿Por qué muchas personas no van tras sus sueños? La mayoría piensa que al encontrarse con el primer obstáculo, piensan que no pueden y por lo tanto desiste de ellos, prefiriendo quedarse en la zona cómoda. Y es que la vida sin sueños parece segura, pero su final es muy aburrida. ¿Te ha pasado así? ¿Estás disfrutando tu vida o estás viendo los años pasar?

Mientras tu piensas que no se puede, hay otros que piensan que si se puede. Ellos son pensadores de posibilidades. Recuerda que para el que cree todas las cosas son posibles. ¿Eres de los que creen o de los que dudan?

¿Cuál es tu excusa para no ir tras tus sueños?

Todos los sueños vienen con desafíos, con obstáculos para ser superados y si quieres lograrlo tienes que estar dispuesto a pagar un precio. Siempre hay un precio que pagar. Piensa en José, quien pasó de esclavo a primer ministro de Egipto. ¿Fue fácil para él? No, el tuvo que vencer muchos obstáculos para ver sus sueños realidad.

Hoy es un buen día para sobreponerse a los obstáculos, para decirle adiós a las excusas que te paralizan. Las excusas no te ayudan para nada, recuerda lo que le paso al hombre que se le dio un talento o mil monedas. ¿Qué hizo este hombre cuando su jefe lo llamo a cuenta?

Veamos en Mateo 25: 24-27
“Por último, llegó el empleado que había recibido mil monedas y dijo: “Señor, yo sabía que usted es un hombre muy exigente, que pide hasta lo imposible. Me dio miedo y escondí el dinero bajo tierra. Aquí le devuelvo exactamente sus mil monedas”. “El hombre le respondió: “Eres un empleado malo y perezoso. Si sabías que soy muy exigente, ¿por qué no llevaste el dinero al banco? Al volver, yo recibiría el dinero que te di, más los intereses”.

¿Qué estás haciendo con los sueños que Dios puso en tu corazón?

Dios ha confiado en ti talentos, recursos, habilidades para que tú puedas vivir la vida al máximo. El te ha dado todo lo que tú necesitas para ir tras tus sueños. A veces pensamos que los gigantes están afuera, pero los verdaderos gigantes que te atacan están en tu interior. Necesitas conocerte y desarrollar confianza en ti mismo.

Algunos gigantes internos con los cuales luchamos:

  • No puedo. ¿Quién dice que no puedes? Hay un proverbio que dice: “La chica que no sabe bailar dice que la banda no puede tocar”.
  • No me alcanza el tiempo. ¿Cuáles son tus prioridades? ¿Cómo usas tu vida?
  • No tengo dinero ni recursos. ¿Quién te dio la sabiduría para hacer las riquezas?
  • No tengo educación. Muchas de las personas que están teniendo éxito no han completado su educación primaria ni secundaria.
  • No se. Te imaginas que los grandes inventores no sabían lo que descubrieron hasta que se comprometieron a hacer realidad sus sueños.
La lista de excusas puede ser larga, algunas muy buenas pero de que te valen sino estas viviendo la vida. Nunca lograras tus sueños hasta que no asuma riesgos.
Hoy es el mejor día para confiar en Dios, en lo que El me ha dado y comenzar a confiar en mis habilidades. Entrégate de lleno a tus sueños, no dudes y te sorprenderás. No renuncies a tus sueños por muy grandes que veas los obstáculos. Tu puedes, tus has sido diseñado para ser un ganador o ganadora!

Autor: Pedro Sifontes

viernes, 16 de mayo de 2014

Lo que pase es lo de menos

Lo que pase es lo de menosPocas cosas hay más impactantes que un cristiano dando gracias y gloria a Dios en medio de la dificultad.
No son pocas las situaciones en nuestra vida en que intuimos, por no decir que sabemos a ciencia cierta, que se avecinan curvas.Aparentemente las cosas están en calma, todo parece seguir su curso normal, pero algún imprevisto altera lo que nos parece el correcto discurrir de los acontecimientos y, de repente, el suelo que nos sostiene parece empezar a moverse.

Nos agarramos como y a lo que podemos, y nos toca empezar a tomar decisiones.
Ese proceso no es fácil: observamos con detenimiento lo que sucede, intentamos entender todos los parámetros de la situación, que nada se nos escape para evitar sorpresas añadidas, buscamos consejo, oramos… perotantas y tantas veces ni siquiera sabemos cómo hacerlo, porque no sabemos qué será mejor pedir.Queremos pedir, por una parte, lo que tenemos en nuestro corazón.

Por otra, queremos seguir la voluntad de Dios para nuestras vidas, que es el bien mayor al que sabemos que podemos aspirar, con todo y la incertidumbre que eso crea en nuestro humano corazón, que se resiste a que sea Otro el que lleve las riendas de nuestra vida. Efectivamente, hay que ser muy valiente para entregar el timón de nuestro barco a Dios, aunque en el fondo, a poco que uno se detenga a pensarlo, rápidamente descubre que ese timón nunca estuvo en nuestro poder, porque no tenemos ninguna clase de control sobre nuestra vida.
Sin embargo, entre los muchos misterios de la vida está el de que, de forma absolutamente compatible con lo anterior, el ser humano cuente con la libertad de escoger y decidir, de forma que, aunque no controlamos ni nuestra vida ni nuestras circunstancias, podemos escoger qué pedimos, a quién y cómo lo hacemos. Dios escucha y observa atento nuestras actitudes y plegarias, y nos da con cada nueva situación frente a nosotros la posibilidad real de escoger el mejor de los caminos, aunque no siempre lo hacemos.
Meditaba a este respecto sobre algo que escuchaba hace unas semanas y que en estos días, a raíz de reflexionar en la carta a los Filipenses, volvía a recordar: si nuestro fin y propósito en la vida es glorificar a Dios, si Su voluntad expresa para nosotros es esa y no otra, y esto es lo que estamos dispuestos a pedir en el sometimiento de nuestra voluntad a la Suya, lo que suceda en nuestras vidas realmente es lo de menos. Pudiera parecer una provocación lo que estoy diciendo, pero quisiera seguir el razonamiento antes de sacar ninguna conclusión precipitada.

Quiero decir con esto que tanto los acontecimientos a favor nuestro como los que se nos vienen en contra son una oportunidad única para que se cumpla en nosotros el propósito principal por el que fuimos creados, que es honrar al Creador. Es más, parece contraproducente, pero es en los momentos difíciles donde las posibilidades son incluso mayores, porque pocas cosas hay más impactantes que un cristiano dando gracias y gloria a Dios en medio de la dificultad.
Así las cosas, esto simplifica mucho la cuestión de qué hemos de pedir y cómo hacerlo de forma que convenga. No erraremos pidiéndole al Señor lo que nuestro corazón anhela en tiempos difíciles siempre que sepamos someter esto a buscar en primer lugar que el nombre del Señor sea honrado y glorificado en nuestra dificultad.

Nos da luz la postura de Pablo en tiempos tan difíciles como los que experimentaba estando encarcelado cuando dice “Mi ardiente anhelo y esperanza es que en nada seré avergonzado, sino que con toda libertad, ya sea que yo viva o muera, ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo” (Fil. 1:20). Su experiencia es bien clara y la expresa con firmeza, pero también lo hace en sus recomendaciones, cuando dice algo más adelante (1:27) “ Pase lo que pase , comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo. De este modo, ya sea que vaya a veros o que , estando ausente, sólo tenga noticias de vosotros, sabré que seguís firmes en un mismo propósito, luchando unánimes por la fe del evangelio”.
Pareciera, pues, que a Pablo lo que más le importaba no era el final que los acontecimientos pudieran adquirir, sino que su preocupación estaba en que, pasara lo que pasara, el Evangelio de Jesucristo fuera proclamado y Su nombre glorificado.Esta aparente temeridad frente a los ojos del mundo supone probablemente una de las más claras seguridades para el cristiano, que sabe que su hogar no está aquí y que nuestros ojos deben mirar en otra dirección, mucho más elevada y excelsa, incluso cuando ello implique pagar un precio: el de estar dispuestos a renunciar a lo que el corazón quisiera, a nuestro propio instinto, incluso de autoconservación, para preservar por encima de todas las cosas el buen nombre de quien dio Su propia vida por nosotros, no importando el dolor, no importando el precio, y glorificando al Padre como fin primero y último de Su llamado a vivir entre nosotros.
Si esto se le requirió al Único Hijo, al Justo por excelencia, ¿cuánto más no se nos pide a nosotros en respuesta, también, a ese ejemplo que en Él tenemos? “Porque a nosotros se nos ha concedido, no sólo creer en Cristo, sino también sufrir por Él” (Fil. 1: 29)

Autor: Lidia Martín Torralba

sábado, 26 de abril de 2014

La Iglesia del Desierto

La Iglesia del DesiertoEl Espíritu empujó a Jesús al desierto. Y allí estaba esperándolo el diablo para tentarle." (Lucas 4:1)

El desierto es un lugar desnudo, árido, sin caminos, sin esquemas prefijados. Sólo invita al peregrino a atravesarlo, dejándose invadir por ese horizonte que siempre está delante. Penetrar en él es desprenderse de un mundo prefabricado, para aventurarse por lo inseguro, incluso lo peligroso.

Entrar, pues, al desierto, empujados por el Espíritu, es penetrar en un tiempo de búsqueda interior, sincera y valiente, de nuestro propio camino humano de creyentes.
 Es inútil pretender el camino o la respuesta ya elaborados, o las normas que nos digan qué tenemos que hacer y cómo decidir.

El desierto son las preguntas que han de ser respondidas desde el interior de nosotros mismos: ¿Cómo llegar a ser lo que quiero ser? ¿Qué busco? ¿Cuál es el objetivo de mi vida? ¿Qué significa para mí vivir como cristiano, y qué es en realidad vivir como cristiano?

El texto de Lucas, que narra esta experiencia de Jesús, nos insinúa que solamente en el desierto podemos encontrar el camino de Dios, que se ha de cruzar con el nuestro. No es de extrañar que allí Jesús tuviera que afrontar el más grande de sus interrogantes: ¿Qué quiere para mí mi Padre?

Caminar por el desierto es la pedagogía de Dios, que lejos de obligarnos a enderezar nuestros pasos por esa o aquella dirección, nos propone buscar cada uno nuestro propio camino, y dar una auténtica y personal respuesta.

Jesús tenía treinta y tantos años cuando el Espíritu lo llevó al desierto (el texto original indica que “lo empujó con violencia hacia el desierto”. Quizá el Maestro, en su fuero interno, se resistía a ir…), dejando atrás su familia, su pueblo, su vida de trabajador de la construcción, sus esquemas… para descubrir lo nuevo de una misión a la que era llamado.

Penetrar en el desierto significa, en efecto, desprendernos de todos los esquemas en los que nos hemos fijado y anclado. Es reconocer que eso pertenece ya a un tiempo viejo y caduco. El desierto apela a nuestra total desnudez y pobreza interior. No basta decir “Ya soy cristiano, ya tengo aprendidos los elementos básicos de la religión, conozco las normas y los preceptos. Pertenezco a la iglesia verdadera, ella me dice lo que está bien y lo que está mal, y a ella me debo”.
En la arena del desierto tendremos que dejar nuestras respuestas hechas (y quizá huecas), tantos lugares comunes, tantos tópicos, tantas muletillas, algunos ritos vacíos, o aquel modo rutinario y convencional de hacer las cosas.

Penetrar en el desierto significa desnudarnos para descubrir nuestra aridez interior, para obtener el coraje de mirarnos tal cual somos, sin las vestiduras que cubren nuestra vergüenza, nuestras llagas o nuestra suciedad.
Las nuestras, y las de nuestra iglesia, que ha de empezar a desnudarse también, si quiere seguir los pasos de Jesús. Dejar la casa, como hizo Abraham. Como el pueblo hebreo, que dejó las ollas de Egipto y el conformismo que significaba su esclavitud. Como el Maestro, que colocó el cartel “Se traspasa” en la carpintería, y se adentró en el desierto ignoto de su misión a favor de los arrinconados en los arrabales de la historia.

Penetrar en el desierto significa abandonar en su frontera tantas hipocresías;esa vida, y esa iglesia, aburguesadas y autosatisfechas. Olvidar tantos “esto es así porque así ha sido siempre”. Dejar a un lado esas trampas sutiles con las que pretendemos autoconvencernos de que todo va relativamente bien, y de que los cambios, de producirse, serán ya para la próxima generación, emulando así la catástrofe de la generación del Éxodo y quedándonos nosotros también, como ellos, a las puertas de una tierra (Iglesia) mejor.


Deberemos tener cuidado con entrar en el desierto al volante de nuestro todo terreno último modelo (bien blindado, tantas veces), sobre el que rebotará la palabra exigente de Dios.
La iglesia del desierto, en cambio, humilde y bien consciente de sus carencias, caminará sobre las dunas a pie, haciendo frente a las dificultades que el Tentador le ponga en el camino con las mismas armas de Jesús: con el pan del cielo (dependencia absoluta del Espíritu), con el Padre como único objeto de adoración (abandono de intereses espurios), y sin tentar a Dios (rechazo de toda connivencia con los poderes de cualquier tipo), apoyándose en el Señor de la iglesia, que la ha de guiar por el camino de la libertad, cuyo primer paso es mirarse y reconocerse tal cual es.

Entonces, completadas las tentaciones, el demonio se marchará hasta otra ocasión… (Lucas 4:13)

Autor: Juan Ramón Junqueras

viernes, 18 de abril de 2014

¿Tu voluntad o su voluntad?

¿Tu voluntad o su voluntad?“Dios mío, cumplir tu voluntad es mi más grande alegría; ¡tus enseñanzas las llevo muy dentro de mí!” Salmos 40:8
Hay momentos en nuestra vida en donde necesitamos hacer un alto, en donde es primordial reflexionar sobre lo que estamos haciendo para estar cien por cien seguros que eso es de Dios.
Muchas veces nos dejamos llevar por nuestras emociones, creyendo que lo que sentimos emocionalmente es lo que el Espíritu Santo nos está guiando a hacer, cuando en muchas ocasiones estamos anteponiendo nuestras emociones a la verdadera voluntad de Dios.
Es bueno hacer un alto en la vida y preguntarle al Señor: “Dios mío, ¿Te agrada lo que estoy haciendo o lo que voy a hacer?”. Y es que no podemos ir por la vida haciendo lo que nosotros creemos correcto, antes de lo que Dios quiere en realidad que hagamos.
Y es que aunque muchas veces parezca que lo que Dios te está mandando a hacer es ilógico, tienes que hacerlo, porque en medio de lo que para ti es ilógico, Dios te mostrara que en sus planes era lo más lógico hacer.
A veces somos conscientes que lo que estamos haciendo es incorrecto, pero por alguna extraña razón no hacemos nada por cambiar eso que muy bien sabemos que tenemos que cambiar.
Y es que pareciera que somos unos especialistas para hacer lo contrario a lo que Dios quiere que hagamos. Y al reflexionar sobre esto a mi mente viene la figura de un Jonás, aquel hombre que Dios designo para llevar un mensaje a una ciudad muy difícil como lo era Nínive, pero este hombre no se atrevió a hacer lo que Dios quería que hiciera, a lo mejor temía por su vida porque la gente de Nínive era muy mala, por lo tanto decidió ir al lado contrario, partiendo hacia Tarsis.
No permitas que en el barco que vas hacia el otro lado de la voluntad de Dios sufra una tormenta tan fuerte que para calmarla te tendrán que tirar a la mar, porque luego vendrá un gran pez que te tragara y que tu estancia dentro de él será desagradable, para que por ultimo te vomite y vayas en pos de la voluntad de Dios, que muy bien pudiste hacer desde un principio sin la necesidad de haber pasado por todos esos episodios difíciles en tu vida. (Leer Jonás Cap.1 al 3)
Hoy es un buen día en donde podemos reflexionar acerca de lo que estamos haciendo, preguntarle al Señor si El esta agradado de lo que estamos haciendo o de lo que pensamos hacer y si realmente sabemos que a Él no le agrada, ¿Qué esperas para comenzarlo a agradar?
No hay nada mejor que estar en paz con Dios, no hay nada mejor que tratar de agradarlo, aunque nos cueste mucho, aunque nuestra naturaleza humana quisiera lo contrario, mas sin embargo el hecho de agradar a Dios nos traerá resultados hermosos y bendiciones especiales.

¡Examina bien tu vida y vive cada día con el único objetivo de agradar al Señor!
Autor: Enrique Monterroza